El maestro como carpintero: reflexionando sobre la función más noble

El maestro como carpintero: reflexionando sobre la función más noble

Por:  Luis Fernando Nieto Ruíz

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©Maria Laura Ise, más de ella en: http://marialauraise.com/

 

El maestro carpintero es aquel ser que con solo ver un trozo de madera-alumno deja volar su imaginación para transformar y moldear en su memoria lo que muy pronto se convertirá en centro de felicidad y atención en un hogar, en un ser infinitamente útil con capacidades y posibilidades puramente humanas para la re-construcción de un mundo. Un mundo que requiere mentes nuevas, pensantes, inquietas, capaces de transformar el entorno con ideas innovadoras, creativas. Un mundo donde reine la paz, la justicia, el amor y la ciencia. Un mundo libre, alejado de las cosas banales y mediocres que lo único que logran es traer la desesperación, la tristeza, desconsuelo y abatimiento.

La labor de un carpintero no es un trabajo fácil. Requiere de mucho compromiso y dedicación. Es una tarea larga, dispendiosa, tediosa, de mucha paciencia, de silencio, inclusive, de meditación. Ahí está la madera-alumno, inerme, inquieta, expectante, llena de curiosidades e intrigas, dispuesta a permitir su transformación; espera dócilmente el proceso, el cambio, la transformación, la lucha, la entrega, el antagonismo. Es de vital importancia la destreza, la pericia, la maestría, la habilidad y, por qué no decirlo, el valor del maestro. Sus manos rudas y fuertes para cortar, para guiar, para marcar, pero sutiles y frágiles en el momento de crear y recrear, de pulir, están puestas en acción.

Allá, a lo lejos, se escucha aquel ruido insoportable, producido por las máquinas. El cepillo, la sierra, el ruido incesante, aquel murmullo de los estudiantes que, para muchos, es motivo de ira y repudio, pero para nosotros, quienes estamos sumergidos en el mundo de la enseñanza, se transforma en un sonido armonioso, en una melodía agradable que llega al oído y forma parte de nuestra faena diaria. Trazos, esbozos, o “monos”, cuadernos, hojas de papel, libretas de apuntes, libros, y, ya, con las nuevas tecnologías computadores y teléfonos “inteligentes” “¡vaya qué mal momento”, las máquinas piensan y si no tenemos cuidado, nos dominan, en fin, interrogantes, respuestas que, en vez de aclarar dudas, siembran la incertidumbre, generan el caos, generan la duda, duda que permite explorar lo inexplorado, acudir a la búsqueda del oasis de respuestas que sólo pueden responder quienes están sumergidos ahí, en el taller, en el aula del saber, en la biblioteca, en el estudio, en la cafetería, en la fotocopiadora, en su cuarto del silencio.

Sobre la mesa de trabajo, banco llamado por los entendidos  en la materia y para el maestro carpintero su aula de clase, su hogar, su refugio, su escondite preferido yace la madera-alumno, quien lentamente comienza a sufrir cambios tangibles, visibles, repentinos y significativos, gracias a la sutil labor de su maestro que, con cepillo en mano, busca la forma adecuada para quitar todas las asperezas, las brozas, malezas que pueden perturbar e incomodar el proceso de trans-formación, en el proceso de cambio, en el proceso de re-invención.

Allá, en un rincón, solitarios, vencidos se hallan todos los desechos, todos los sobrantes, el aserrín, la viruta, lo que ya no sirve, lo que sobra, lo que incomoda, los despojos de este proceso, el residuo. En el lado opuesto, lleno de forma, de colorido, de vida, espera impaciente el día y la hora del pulimento final, el momento en que todos fijen su mirada hacia él, llenos de alegría y felicidad, fruto de noches de desvelo, de agotadoras jornadas diarias de entrega y dedicación. Y por fin el día esperado, el momento de la elección de los tintes y los tonos para el pincelazo final, el barnizado, el traje de gala, el triunfo, el título, los aplausos bien merecidos, la alegría, la música, la fiesta. Vemos los rostros alegres que se juntan y se confunden en un apretón de manos, en un sincero abrazo.

Y en otro escenario, el maestro sólo y cavilante, pero presto para reiniciar una nueva tarea, una nueva jornada de trans-formación; sabe que debe actuar con mucha cautela, con intuición, con olfato de maestro, con mucha prudencia, con sapiencia para poder escoger el procedimiento adecuado de formación de aquel nuevo ser, quien va a convertirse en su amigo y confidente. El maestro tiene bien grabado en su memoria que, después de realizado el proceso es imposible volver la madera a su estado natural, a su alumno en lo que antes era.