Antología de poesía colombiana (1931-2011) de Fabio Jurado
(Bogotá: Común Presencia Editores, 2011)
Omar Eliecer Lubo Vacca – [email protected]
Recientemente, en un café con el profesor Fabio Jurado Valencia me enteré de una antología suya de poesía colombiana que recoge a los poetas más destacados del siglo XX. Quise hacer la reseña de este libro, que es una reedición del 2005, porque considero que la selección del crítico tiene vigencia para el estudio de la poesía colombiana hoy.
En su versión inicial el libro Antología de poesía colombiana fue publicado dentro de la Colección de poemas y ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México, en coedición con la editorial Común Presencia. Este proyecto nació bajo una clara justificación: “hacía falta una antología de poesía colombiana que posibilitara el acercamiento a las obras de los poetas del siglo XX y de quienes se perfilaban en el siglo XX1” (p. 7). En el 2011 recibió el aval del Ministerio de Cultura de Colombia para ser reeditada: se incluyeron poetas nuevos y de distintas generaciones. La antología congrega entonces a setenta autores importantes de diferentes regiones de Colombia.
En el prólogo del libro Fabio Jurado se pregunta con quién inicia la poesía del siglo XX en Colombia. Atendiendo a sus lecturas, sus gustos y experticia, decide darle el puesto a Aurelio Arturo (1906-1974): un poeta de Nariño que, según el compilador, presenta para el siglo unas innovaciones estéticas que rompen de algún modo con la tradición de la poesía colombiana de entonces. Jurado caracteriza formalmente la poesía de Aurelio Arturo diciendo que se considera innovadora en la medida en que logra darle cierre al lenguaje grandilocuente del modernismo y deja una lección para las generaciones póstumas al demostrar que los poemas no son un simple artificio de palabras, sino que es una manera de narrar, de contar algo: “He escrito un viento, un soplo vivo / del viento entre fragancias, entre hierbas / mágicas; he narrado / el viento; sólo un poco de viento” (p. 26).
Dicho esto, el autor se pregunta cómo saber elegir al resto de poetas que conformarán su antología. La solución que encuentra es incluir a aquellos que tengan afinidades temáticas y estéticas con la obra de Aurelio Arturo, pero que de igual manera presenten una propuesta innovadora ante los fenómenos literarios del momento. De los setenta poetas que escoge Jurado, los que más captan mi atención son los que conforman la generación de Mito y la de Los Desencantados.
De Mito me gustaron especialmente tres: Fernando Charry Lara (1920-2004), Jorge Gaitán Durán (1924-1962) y Eduardo Cote Lamus (1928-1964). De Charry Lara, Fabio Jurado incluye cuatro poemas de los cuales rescato uno que se titula “A la poesía”. Este trabaja temáticas como la noche, presente también en Aurelio Arturo, el sueño (recuerdo) y el amor:
Qué turbadora memoria recobrarte,
adorar de nuevo tu voracidad,
repasar la mano por tu cabellera en desorden,
brazo que ciñe una cintura en la obscuridad silenciosa (p. 36-37)
De Gaitán Durán incluye cinco poemas, entre los cuales hay uno titulado “Se juntan desnudos”. Este poema describe la unión de dos cuerpos que conciben la novedad en el acto: “Dos cuerpos se juntan desnudos / solos en la ciudad donde habitan los astros / inventan sin reposo al deseo” (p. 61).
De Cote Lamus elige cuatro poemas. Uno de ellos es titulado “Nanas al tiempo”, que para mí es uno de los mejores. Este se preocupa por el recuerdo, la naturaleza y el amor:
Y ahora,
que me dices tristemente tu tristeza,
te regalo mi infancia
como antes te regalé un diciembre
para que vayas, soñando entre tus manos,
repitiendo:
“no hay meses:
hay trigo, hay frutas, hay lluvia,
hay ríos, orquídeas, alegría…
es una mentira el tiempo”
y te quedes dormida (p. 70-71)
Otros poetas que captaron mi atención fueron Giovanni Quessep (1939), María Mercedes Carranza (1945-2003) y Raúl Gómez Jattin (1945-1997). Los tres pertenecerían a una generación conocida como Los Desencantados y que tienen como característica una escritura que descubre la crudeza de la realidad, que desgarra y que nos muestra, como en un espejo, nuestros propios días. De igual forma, los autores conservan la narración en los poemas como lo ha propuesto Aurelio Arturo, por supuesto, cada uno en su originalidad.
De Giovanni Quessep, Fabio Jurado escoge sólo tres poemas, pero logran ser contundentes y fascinantes. Uno de ellos se titula “Carta Imaginaria”, donde la voz poética es el gran Ulises dirigiendo sus palabras a Nausica:
De lo demás, Nausica, no quisiera
acordarme: la nave hecha pedazos,
los marineros muertos y un fantasma
vagando entre los pinos de la isla (p. 108-109).
De María Mercedes Carranza, todos los poemas que escoge Jurado son magníficos. En particular me gustó uno que se titula “El oficio de vestirse”, poema que cumple con esa función, ya mencionada, de desenmascarar la realidad:
De repente cuando despierto,
me acuerdo de mí,
con sigilo abro los ojos
y procedo a vestirme.
Lo primero es colocarme mi gesto
de persona decente.
En seguida me pongo las buenas
costumbres, el amor
filial, el decoro, la moral,
la fidelidad conyugal:
para el final dejo los recuerdos (p. 130).
En lo que respecta a Raúl Gómez Jattín, Jurado elige cinco poemas, entre ellos “Conjuro”:
Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre
Despreciable y peligroso
y no andan muy equivocados
Despreciable y peligroso
eso ha hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes
tranquilo
que sólo a mí
suelo hacer daño (p. 139).
Así como presenta a los poetas de Mito y los de la generación Desencantada, Jurado presenta muchos otros no menos importantes que siguen la misma intención innovadora de Aurelio Arturo: Mario Rivero (1935), Jaime García Maffla (1944), Juan Manuel Roca (1946), Gustavo Cobo Borda (1948), Piedad Bonnett (1951), Santiago Mutis (1951), entre otros. Además, no conformándose con eso, propone los poetas que se vislumbran para el siglo XXI. De estos destaco a Federico Díaz-Granados (1974) con su poema “Suenan timbres”, que él mismo lo cataloga como un homenaje a Luis Vidales (1904-1990). El escritor parte de un suceso que para nosotros puede ser común: suena el timbre a altas horas de la noche, pero lo interesante del poema son las suposiciones en las que incurre el hablante lírico sobre quién podría estar llamando a su puerta:
Seguro será la muerte y el ropavejero
que vienen por mi cuerpo con su derrota
o el casero a desalojar,
que es lo mismo (p. 415)
A pesar de este gran panorama, dice Jurado: “siempre se consideró que alguien faltaba, pero era imposible que todos estuviesen” (p. 8). Sin embargo, el autor promete un segundo tomo del cual estaremos atentos y así lograr ver incluidos a muchos otros poetas que merecen hacer parte de un proyecto antológico como este.