ISSN: 2665-3974 (en línea)
Luarevista 3 y 4 , julio- diciembre 2019/enero- junio 2020
Por Brayan Buelvas Cervantes – [email protected]
La rapidez del cambio inminente nos sorprendió dejándonos desnudos. La angustia y ese ruin pánico existencial nos aturdieron insospechadamente, como si tratándose de una mentira nos hubiera traicionado el suelo, ya nuestros sueños eran otro pensamiento que el viento echó a volar, mandándolo todo al olvido del mundo terrenal. Para entonces, nuestro volar solo era un estúpido encuentro ideal que los hombres hicieron suyo para matar y entronizar por poder.
Demasiado tarde, terminamos aceptando el daño inminente, pues nuestro alrededor era un campo desolado de inconsciencia, la trampa nos apresó en la desdicha, llevándose esperanzas difíciles de encontrar. Solo quedaba un mundo estéril, falto de significado y lleno de apatía. En lo orgánico se ha traslucido el sentir, hay que sentir poco para medir tal incongruencia ¡Ay de mí! –pensé, pero apagué las luces para observar lo grotesco de las formas del ser.
¿Qué mal tiene si solo soy una pieza que pregunta hacia dónde va? Esa capacidad impensada me hace sentir un mísero, no un bufón entre mi especie, ahora con el vaciado el corazón con el que mi alma vagaba, entre miradas preguntaba, perdiéndose entre lo que es, o lo que pudo ser.
Mientras la máquina del colapso matutino rugía por la avenida que estaba rodeada de campos amarillos, áridos y azotados por el sol canicular de enero, yo, aturdido, espiaba en mi ventana, pero esta, en vez de recordar el amor, hicieron eco unos murmullos de súplicas y de torturas, así que fue demasiado tarde. Entre los límites intentamos huir, corriendo y sin respuestas ante la negativa del corazón. En ese momento, caí en cuenta de que las despedidas son ausencias eternas que predestinan la comprensión del caos con distintas salidas hacia el mismo camino.
Las burlas, las miradas falsas, la grandilocuencia hecha con basura reciclada en humo fueron dañando lo verde que restaba de la manzana. Sin embargo, sus semillas y aquel cielo azul nos calmaron, manteniéndonos vivos en el átomo de tiempo que nos resta todavía.
Adiós cielo azul, adiós cielo rosa anaranjado, te elevaste tan lejos de lo nimio… Liberación, temor de seguir, entonces decidimos correr por los campos desérticos preguntándonos qué seríamos ante los atavíos del destino, trampas fatales, intimismo al descubierto, las letras se perdieron asonantes en la atmósfera tétrica de la podredumbre, evocando desolación y decodificación.
Ahora lo entendía todo, era un dibujo mental de voces que me hacían sentir acompañado, pero, dios no estaba allí, ni mucho menos las raíces parentales. La deriva se apoderaba de mí con aquella sensación de vértigo que produce el borde de un farallón milenario, permaneciendo inconclusas las intenciones inusuales, la paranoia en la casa inmaculada erradicó toda fe, una mentira que se creía verdad y no quería ser admitida por seguir viviendo intransigentemente.
Una voz sucumbió mis sentidos y me dijo: “corre, corre, vienen por ti, tu turno ha llegado, imbécil novato”. Pero ninguno escuchó, solo nosotros, pues las coloridas miradas anunciaron una cura a esta enfermedad en estos campos desolados.