ISSN: 2665-3974 (en línea)
Luarevista 3 y 4 , julio- diciembre 2019/enero- junio 2020
Por Ximena Arévalo Niño – [email protected]
El mundo, nuestro mundo ya no es el mismo. Está sumergido en una pandemia que nos ha robado la libertad, no se puede salir a los trabajos, ni tampoco al colegio o a la universidad. Los saludos, los abrazos y los besos se han convertido en un arma letal, los pequeños placeres; ir a la playa, salir a comer un helado mientras se observa como juegan los niños en el parque, son un espectáculo casi extinto. Cada vez las personas toman más distancia entre sí y salir fuera de las cuatro paredes que cobijan al hombre es sinónimo de peligro, de miedo. La mayoría de países están en cuarentena, tratando de evitar la expansión de un virus que aprovecha las debilidades del cuerpo humano para enviar su espíritu al más allá, pero a pesar de las medidas, se fortalece de manera exponencial y ha producido la muerte de miles de personas en el mundo. Se ensaña con la gente de mayor edad, pues su cuerpo es más débil y está lleno de enfermedades, las cuales son el caldo de cultivo perfecto para que el temido patógeno haga de las suyas. Pero lo anterior no quiere decir que no sea el victimario de jóvenes y niños, para ellos también hay. En ellos también fijan su atención, con menor frecuencia, pero los tiene en cuenta.
El gobierno ha decidido que las personas se encierren en sus casas para evitar el contacto con individuos infectados, pues con solo un estornudo se reparten millones de partículas infectadas que pueden viajar más de un metro de distancia. Sin embargo, el mayor aliado de la nueva peste que aqueja a la humanidad es la debilidad económica de los países y el hambre presente en un gran porcentaje de personas en el mundo. Población que ha trabajado desde siempre por un sueldo paupérrimo para poder sobrevivir y que hoy al no poder desempeñarlo por miedo al contagio, queda totalmente desprotegida, pues, mientras escapan del virus el hambre los consume. Los inmigrantes, quienes en busca de una mejor vida han visto lo peores males en tierra extraña.
En las calles aún -se ven algunos rostros, de personas valientes que a pesar del miedo que pueda haber en su interior, exponen su vida por salvar la de alguien más, dejando la protección de sus casas y la compañía de sus seres más queridos. Otros son los rostros de gente que transporta el alimento -necesario- para que los que están en el encierro puedan sustentarse, los que se rebuscan el alimento vendiendo dulces o alguna otra cosa, pues prefieren morir a expensas de un contagio y no en las garras del hambre. También está el rostro de los que pensando que todo es un juego deciden burlar las medidas y exponerse a lo que sea, a cambio del esparcimiento de su cuerpo y de sus mentes. Y por último está el mío y el de las personas que al igual que yo, esperan resguardados en su casa mirando al mundo y lo que pasa en él, desde una pantalla, analizando todo desde la distancia y con varias chispas de ansiedad y de incertidumbre, pues en el fondo sabemos que nada volverá a ser igual. Sin embargo, guardamos la esperanza que, así como se han vencido tantos malos en la tierra, se pueda vencer este terrible y temido virus y que solo sea parte de un triste recuerdo.