El escuchador de sones

El escuchador de sones

©Ana Maria Cabrera más de ella en https://anamariacabrera.weebly.com/

ISSN: 2665-3974 (en linea)

Luarevista 2, enero-julio 2019

Por Juan Carlos Ortega – [email protected]

Pastor, te puedes ir directo a la puta mierda, yo me quedo con Dios y con Elvis Presley, con Chavela Vargas, Rocío Dúrcal, Louis Armstrong y Roberto Carlos. Me quedo con Dios, que tiene un mambo que no tienes tú, pero que en el fondo de esa esfera canónica, allá atracito de tu adoración, aspiras meneando el culo bajo la lluvia de la regadera tirándote un pasito tun tun. Estoy oyendo cómo es una elevación, y están sonando las tamboras, las flautas de millo y los llamadores, y Dios está bailando esa cumbia que hay entre los dos, está danzando La rebuscona y yo sonrío porque papa Dios sabe que me siento un indio a pesar de mis audífonos. A mí me ven con mis gafas Ray-Ban y mi suéter gef y mi pantalón y zapatos Vélez, pero en realidad a mí lo único que me hace falta es el arco y la flecha envenenada con veneno de rana dorada para bajarme a todos los creídos, a los aburridos, a los psicólogos, a los abogados, a los escritores, a los poetas, a los ingenieros y a todo aquel que no escuche mi música, porque (¡mierda!), ¿dónde tienen el oído musical? Porque yo soy el fauno mayor, el animal legendario que está en el pavimento que cuando te vea en el púlpito te va a espetar la saeta por un oído y te va a salir por el otro, y Dios lanzará orgulloso una sonrisa para mí y, dándole un codazo a Jesús que está a la diestra del trono, pero distraído en ese instante con el serafín que pulsa la lira, le dirá: «Míralo ahí».

Pastor, el llamado de Dios es que yo toque el redoblante en el paraíso. ¿Te lo imaginas bailando porro? Así les voy a decir a esos ángeles: «Muchachos, ahora vamos a entonar en el nombre de Jehová el himno de Córdoba: la María Varilla», y al querubín de la trompeta le va a salir un soplo con olor a orquídeas que perfumará el espacio, las almas extasiadas, y de ese rayo dorado saldrán las notas de la salvación, las notas de la elevación, las notas de la eternidad, siempre más allá, donde los acordes inexplicables se confunden con la existencia de los espíritus. Y en el momento del golpe estridente, abriéndose paso en la solemnidad, para que venga la danza de Dios en el centro de la papayera, el bombo bramará y mi redoblante la dimensión de la felicidad, centelleando, trepidando, despidiendo una brisa cárdena en el aro de los elegidos, de los que estamos prendidos, de los que estamos llorando, de los que estamos apurando al ángel del clarinete para que salga de su fascinación con los pases amerindios del rey de reyes y señor de señores, y desenfunde su arsenal. Para que apure, que el Señor está extendiendo los labios cual si fuese a dar un beso, pero esa es la señal de la sabiduría, el gesto de la inteligencia musical, de que te apures con ese clarinete y toques bien la María Varilla si no quieres que te mande pal infierno a tocar en la banda del diablo, a tocar en los conciertos de Maluma la canción de las Cuatro Babys y la de Mala Mía,  y a poner a vibrar en la Sony Music Latin las rimas imperiales del lírico Bad Bunny. Pastor, tengo en los oídos los tapones, los cables, los cabos, el cableado, los metales, los eléctricos, los AKG, los portales de la felicidad y el sufrimiento, y son negritos, como los de un Samsung Galaxy S8 Plus, y está fluyendo la melodía de Infinity de Guru Josh por estos tubos, está subiendo por los toboganes hacia mí y yo la recibo marcando el compás con la cabeza, porque ¿sabes una cosa, pastor? Yo me quedo con Dios y con Infinity también, diluyo el hastío con esa sirena que suena como el oráculo de la mezcla mayor, cernida en el tembloroso campo de las percusiones de la puta felicidad que se siente escuchar esta musiquita mientras bajo los peldaños de mi segundo piso, y veo al final de este túnel salitroso a una multitud de hombrecitos aborígenes —quizá sean de Sentinel del Norte—, y uno de ellos alarga hacia mí un tocado de plumas caoba y yo me siento el cacique desde lejos. Pero ese orbe primitivo se va borrando a medida que bajo, quisiera tocar a esos indios, abrazarlos, decirles: «¡Yisus, Yisus, Yisus!», pero se me van, pastor, y no puedo hacer nada, ni Infinity fluyendo en mis audífonos directo a mi alma puede hacer algo, se me fueron los indios por un atajo intocable, se llevaron mi corona, y ya yo estoy en el cemento de la calle y quisiera verte por ahí, montado en tu Mazda CX-9 Grand Touring Signature esperando que te den luz verde, yendo a Fuentes de agua viva, para hacerte bajar el vidrio con la excusa de venderte un paquetico de mentas Chao y mentarte la madre, mentártela mil veces por cada compás de Infinity sonando en mí. Pero no te veo, pastor, y el indio de los audífonos camina la acera en busca de un monte inminente, diciéndote que por los tapones de la felicidad y el sufrimiento también fluye la voz de Diomedes Díaz, y la de Alejo Durán y la de Rafael Orozco, y todo eso es quedarse con Dios y el vallenato. Todo vence, todo suena, en el aura esmeralda de este bosque en Miramar. Porque ¿sabes otra cosa, pastor? Yo me quedo con Dios y con Elvis Presley, con Chavela Vargas, Rocío Dúrcal, Luis Armstrong y Roberto Carlos. Me quedo con Dios. Al fin y al cabo se trata de un escuchador de sones, se trata de la cumbia, del porro, del vallenato, la balada, el rock, el jazz y otras composiciones cósmicas. Se trata de que me voy pal paraíso a tocar el redoblante en la danza de Dios, de sacar el calibre 38 y despejar las nubes, pastor, emitiendo en el ascenso el sonidito legendario de la boca sonante que recibe palmaditas de una mano enigmática.